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Trilogía Incompleta        Kwon Myung of "Oath Zine"

Durango, Mexico

@oathzine

ISSUE 1

IV 

Para verme necesitas la mirada perdida. La vi por última vez un día que apestaba más de la cuenta, yo solo tenía en el bolsillo hierba y 100 dólares en la cartera, poesía barata que se me olvida y ella sentada con belleza no dicha por ausencia de palabras y plenitud de negro. 

Pero sigo escribiendo, le sigo escribiendo, el único interés que tiene hacía mí es la desgracia. Sueño con quemar la ciudad, ella me pone la ciudad, yo pongo las manos. 

Única obra mía, destruir. Las cenizas negras. Labios rojos por sangre 

Escribiendo sin necesidad de decirlo. Hablando de mí sin la obviedad de decir yo. 

La luz flota, la oscuridad se cae a la velocidad de la luz. Vea las grietas de su pecho, enciende un fósforo y mételo. Prometeo de dudas, antorcha andante. Ceniza por dentro. Luz decaída. 

Faro sin niebla alrededor pero sin mirada que lo vea. El paisaje no tiene ojos, te obligas a mirar al paisaje y de repente ya no eres faro, eres la estampa que ve Dios después de matar a alguien. 

El tiempo no me basta, menos la eternidad. Págame con tu indiferencia, amor mal te sobra y lo regalas.  

Tenía hambre y la boca seca según me recuerda mi melancolía, era un día agradable pero mi cruda y mi vacío lo convertían en soso, hastío. Odio sin causa y por eso más valioso. Dejé poemas que escribí en recibos de comida rápida pegados en esas bancas de madera en donde amantes se besan y se desgastan los deseos. 

Ya era tarde ese día. Recuerdo que di los 100 dólares a un niño y la hierba a un limosnero, me fui caminando a mi casa.  

 

V. 

Sentí que ganaba la batalla por eso la dejé. Lo inalcanzable tiene valor. Pero entre lo que me llama y las desganas se hacen alarde de prepotente verdad, no les hago caso. Hay teoremas para entenderlo, los besos que alivian no sirven para la eternidad, la calma existe sin conciencia. 

Escribía para tontos y eso me daba cierto placer, una válvula de otras más que tengo. A ella le angustiaba el lado paciente de mi agonía, mi depresión tomaba mi mano y en ayunas las letras fluyen para destruir la existencia vil. En pasados tiempos tomaba demasiado alcohol, fumaba puros para destruirme la garganta, miraba el cielo para sentirme desdichado, me llegaban cosas que no quería, afluente interminable, lo único que me mantiene vivo es rechazarlos. No quiero. La vida se burlaba mandando lo que según importaba, ahora lo hubiera tomado, mañana lo voy a pisotear.  

Me dijo un día que no iba a volver mientras me mandaba al infierno junto a Dios, respondí que nunca quise esos ojos cafés suyos, lloraba a cuenta gotas porque ya antes había derramado bastantes lágrimas en ese verano molesto, el mismo día cambie de departamento y me mudé a esta ciudad, el teléfono lo tiré por la ventana. Dejé todo igual en mis cuartos, tomé sólo mi mochila de viajero, máquina, arma, 100 dólares y un poco de hierba. 

 Creo que volvió y nuestra furia hizo que cumpliera su palabra, ahora solo escribo poemas en recibos de comida china que pego en la parte trasera de tranvías que surcan la ciudad. 

 

 

VI. 

Recibí la semana pasada un correo de mi antiguo amigo, editor de sobra y escritor de ganas. Me había encontrado en el directorio de escritores aunque eso le habría demarado bastante, quería saber cómo estaba y preguntándome por ella, no le contesté porque es obvio que si aparece mi nombre es porque sigo vivo, respecto a lo otro solo tengo palabras para mí. 

Ayer llegó otra carta suya diciendo que me visitaría así que empecé a buscar trabajo en otra ciudad. Llegará con un borrador, una novela incompleta, seguro quiere que la termine. 

Ahora escribo sobre comida, reseñas que me encargan, publicidad sin que se intuya que lo sea, según es una corriente revolucionaria, no tengo problema en escribir publicidad barata. No me va tan mal, llevo mi mochila para viajar, máquina, arma, hierba y cien dólares que siempre dejo en mi cartera para decir que solo me quedan cien dólares y hierba. 

 

VII. 

Ella no tomaba refresco, le gustaban los ácidos y los restos de las hamburguesas que nunca terminaba los dejaba en el parque enfrente de la guardería para alimentar a un nido de ratas que vivían debajo de un gran árbol que sigue verde, sin duda, ese árbol era el más verde de todo el parque. 

Me repetía que me amaba, por eso sabía que no era verdad. Por juventud no era inocente, astucia sin experiencia, hongos, cocaína de vez en cuando. Mierda. Cuadro que tiene un rasgo diferente cada que lo miras. Cuando decía que me amaba le recordaba que entonces me dejara así, no por nada, solo por decir algo. Ella lo supo antes, lo de mi condición anclada al futuro simple y en presente, yo por eso toleraba sus lágrimas y su inconsistencia en el pelo y respiración. Adicta de mis desgracias, sospecho que yo era su conejillo de indias para fotografías que tomaba en sus largas jornadas de promiscuidad con la lente. 

 

VII. 

Me trasladé a la costa contraria, es absurdo, espero ver quien sigue buscando migajas.   

Lo que me gusta de ya no verla es que le escribo con el placer del que no quiere que le entiendan. Le escribiré hasta que pueda, hasta que la última gota de la sangre que le pueda dejar se manche en su ser.  

Ella me odia, cuando aún vivía conmigo tiraba mis cervezas y mis escritos, decía que eso solo me había vuelto alcohólico. Beber era mi menor problema.  

Ahora es heroína, el próximo año quien sabe, podría ser de nuevo vino y otra vida en un país aleatorio. Tal vez mis rimas sean más coherentes y mi vida más agitada. Quiero saber qué habrá construido en mi ausencia. Le pido perdón porque si ya leyó esto ya estaré en el fondo del mar.  

Lo siento, te amé siempre, hija mía. 

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